Artículo de opinión del militante de CGT-PV publicado en Levante-EMV.
Durante muchos años los sucesivos líderes del sindicalismo -llamado insistentemente mayoritario, como si se tratara de un conjuro para que no volviera el otro sindicalismo, menos inclinado a los pactos y más por la lucha- cuando se acercaba el verano, cerrando no sólo el curso escolar sino el año sindical con sus convenios y demás movilizaciones civilizadas, solían justificar su poca pegada en los meses precedentes anunciando que la verdadera lucha, la nueva etapa de batallas y casi seguras victorias obreras llegaría con un “otoño caliente” que haría morder el polvo a la patronal intransigente y explotadora.
A los medios de comunicación, faltos en los meses estivales de grandes noticias que llevarse a las rotativas y los platós, les venían de perlas estas periódicas puestas en escena sindicales con anuncio apocalíptico de un otoño de barricadas infranqueables y banderas triunfales. Y aunque nunca se plasmaba en nada serio, lo del otoño caliente volvía, año tras año, a ser tomado como una firme declaración de intenciones de los hasta entonces tranquilos y dialogantes sindicatos, evolucionados ya al nuevo status de agentes sociales.
Con el tiempo, el otoño caliente se quedó en otra tradición veraniega (como los Sanfermines o la Tomatina) y ante la poca credibilidad de su rutinario anuncio, nuestros pacientes líderes sindicales dejaron incluso de anunciar ese clásico órdago para después del merecido descanso agosteño. No faltó publicista que diera la vuelta a tal costumbre y aprovechara el viejo lema proletario para promocionar el lanzamiento de algún nuevo producto del capitalismo triunfante.
Han seguido pasando los años y la negociación de los otrora esperados convenios hoy se vive con temor, pues apenas si se plantea en las plataformas reivindicativas la posibilidad de arrancar sustanciales mejoras, sino que ahora es el empresariado el que pelea para ver qué derechos nos puede quitar. En estas circunstancias, es evidente que desde las ejecutivas de las dos centrales hermanas (ya casi siamesas) hablar de nuevos otoños calientes quedaría demasiado pretencioso y muy poco convincente.
Sin embargo, este año se están produciendo una serie de importantes y novedosos conflictos laborales sin esperar a la llegada del otoño ni mucho menos a que lo manden los sindicatos oficiales. Las huelgas y paros de Renfe, Adif, Renault, Ryanair, Amazon, taxistas, repartidores de prensa, limpieza y jardinería, profesores, carteros, bomberos forestales y sanitarios en varios territorios, así como en València las luchas en el sector cárnico o la primera huelga en una contrata de Ford (Acciona FS) suponen no sólo un importante ascenso en la conflictividad laboral sino, lo que es más esperanzador, la recuperación por parte de asambleas de fábrica y sindicatos alternativos de la iniciativa en lucha, en muchos casos sin la presencia (o con la clara hostilidad) de los dos grandes aparatos sindicales.
Con independencia de los resultados, que en algunos casos han sido muy positivos, lo reseñable de todos estos conflictos es que rompen con una tendencia de muchos años, en los que todo lo que se movía (y lo mucho que se paralizaba) tenía que ser decidido por UGT y CC.OO. Ahora nuevos sectores –casi siempre con plantillas muy jóvenes- ya saben que se han de organizar y movilizar desde abajo; como siempre se ha dicho desde el anarcosindicalismo. Destaca también la peculiaridad de que ese resurgir reivindicativo se da especialmente en los ramos más precarios y explotados, donde las nuevas formas de la economía global han impuesto los bajos salarios y la pérdida de derechos laborales.
Antonio Pérez Collado
CGT-PV