Antonio Pérez Collado. Alkimia
El triunfo de Vladimir Putin en las elecciones rusas estaba tan cantado que hasta el cuestionado CIS español, que no suele dar en el clavo muy a menudo con sus predicciones, lo podría haber acertado.
Con este nuevo mandato el antiguo oficial de inteligencia exterior de la KGB, donde consiguió a ascender a la categoría de teniente coronel, puede llegar como líder máximo e incuestionable al año 2030; bien es cierto que sumando sus etapas como primer ministro Putin lleva desde 1999 en lo más alto del poder, por lo que habrá superado a Stalin como el más duradero inquilino del Kremlin.
Pero a pesar de haberse formado en el seno del PCUS y de compartir ambos dirigentes los mismos métodos para quedarse sin rivales en la lucha por el poder, lo cierto es que Putin está mucho más cerca del zarismo que de la extinta dictadura del proletariado; aunque hay un vetusto sector de la izquierda occidental que se niega a aceptarlo.
De lo que no hay dudas es de que en 1989 se produjo la caída del Muro de Berlín y solo dos años después se disolvía la URSS, dejando a los partidos comunistas occidentales sin su tradicional punto de referencia como alternativa al capitalismo. No obstante, el modelo que se presentaba como la sociedad sin clases hacía mucho tiempo que había dado señales de parecerse demasiado al sistema al que supuestamente venía a sustituir.
En la Rusia soviética y en el resto de países del bloque del Este los obreros decidían cada vez menos y eran los jerarcas del partido, muy especialmente los poderosos miembros del Politburó del Comité Central, los que marcaban no solo el rumbo del PCUS sino del gobierno y la economía de la inmensa Unión Soviética, además de influir decisivamente en la vida de todos los pueblos situados detrás del llamado Telón de Acero.
Para muchos intelectuales y activistas políticos del mundo occidental no fue necesario esperar a ver ejemplos de dictadura y represión en la patria del proletariado tales como la caída y asesinato de Trotsky, el encierro de destacados militantes comunistas acusados de desviacionismo en campos de concentración de Siberia o la entrada de los tanques rusos en Budapest y del Pacto de Varsovia en Praga para reprimir las revueltas populares.
El escritor George Orwell se sirvió de una especie de cuento con animales “Rebelión en la granja” para denunciar el estalinismo, por lo que fue acusado de traidor, reformista y enemigo de la revolución. Algo parecido le ocurrió después al escritor chileno Jorge Edwars por contar en su libro “Persona non grata” la involución del proceso revolucionario cubano bajo la férrea batuta de Fidel Castro.
Sin embargo sería Ángel Pestaña, que fue enviado en 1930 por la CNT a la URSS con el encargo de comunicar el acuerdo del congreso anarcosindicalista de adhesión a la la III Internacional, el que volvió desengañado por cómo estaba nuevamente sometido el pueblo ruso y recomendó al sindicato que se abstuviera de apoyar a la internacional comunista.
Putin no solo ha cambiado la constitución rusa para poder encadenar indefinidamente los mandatos de seis años que antes estaban limitados a dos, sino que se ha deshecho de sus críticos y competidores de forma expeditiva; accidentes, envenenamientos, atentados y otras imprevistas formas de morir han acabado con periodistas críticos, colaboradores caídos en desgracia, políticos de la oposición y mercenarios díscolos. Tampoco fueron muy respetuosos con los derechos humanos los métodos empleados por las fuerzas armadas rusas en la guerra de Chechenia o en el asalto al teatro Dubrovka de Moscú donde guerrilleros chechenos tenían secuestradas a 850 personas.
Conociendo como se conoce a este sátrapa es difícil entender la postura de cierta militancia marxista occidental que justifica las tropelías de Vladimir Putin contra las libertades de su propio pueblo y su apoyo a dirigentes tan poco presentables como el ayatolá Jomeini de Irán, el presidente Bashar al-Ásad de Siria o el líder supremo de Corea del Norte, Kim Jong-un, simplemente porque esos dictadores se declaran enemigos de los Estados Unidos, lo que a juicio de estos nostálgicos del estalinismo los convierte automáticamente en aliados y defensores de los oprimidos.
Si analizamos desapasionadamente la línea política y las propuestas económicas de Putin veremos que su ideario está mucho más cerca de Trump o Biden que de Lenin o Marx. Sin embargo parece que hay a quien esta evidencia no le entra en la cabeza, así es que entre el añejo comunismo que sigue creyendo en el bloque soviético y la nueva socialdemocracia trufada de capitalismo tenemos unas izquierdas que no logran ilusionar a la descompuesta y desorientada clase trabajadora.