Antonio Pérez Collado
Artículos Perecederos
En pura lógica aritmética serán sindicatos mayoritarios los que más afiliación y representantes tengan en un ámbito concreto, ya sea un territorio o un sector laboral. Teniendo en cuenta que CC.OO y UGT suman el 10% de trabajadores afiliados y el 67´43% de los representantes elegidos en las elecciones sindicales de 2019, poco se podría objetar a su condición de organizaciones mayoritarias en nuestro país.
Lo que sí es totalmente discutible es que con esos datos a las citadas centrales se les conceda la exclusividad de negociarlo absolutamente todo en nombre del conjunto de la clase trabajadora; incluídos el 90% que no está afiliado y del 32´57% que ha votado a otras opciones; no digamos ya de colectivos como parados, pensionistas, kellys, etc. donde no se celebran elecciones sindicales. Tampoco debemos olvidar que hay sectores y comunidades, como Galicia y Euskadi, donde son otros los sindicatos mayoritarios o el caso de Cataluña, donde el llamado sindicalismo alternativo protagoniza la gran mayoría de conflictos y movilizaciones.
No parece muy lógico que en un país donde el 90% de los 20 millones de personas inscritas en la Seguridad Social no está afiliada y miles de trabajadores no participan en elecciones sindicales porque en sus empresas no se realizan por ser de menos de 5 empleados o porque nadie las convoca, se dé solamente valor a algo tan relativo como los resultados electorales y se quiera marginar a organizaciones que, en muchos casos, movilizan en la calle y en los centros de trabajo con más contundencia que el sindicalismo oficialista.
Pero, con independencia de que esa condición de mayoritario no es tan homogénea como nos quieren hacer ver, lo que resulta escandaloso es que instituciones y medios de comunicación pretendan que el hecho de ser actualmente mayoritario otorgue a estos dos publicitados agentes sociales la exclusividad de opinar y negociar sin margen de error, mientras otros sindicatos son ignorados o descalificados sus argumentos y propuestas con la insistente apelación a su estatus de minoritarios.
Probablemente con un papel bastante más neutral de los gobiernos y las empresas la correlación de fuerzas no estaría tan desequilibrada y la representatividad de sindicatos menos dóciles sería significativamente mayor. Y es que las mayorías actuales se han ido construyendo mediante diversas prácticas nada ejemplares de administraciones, patronal y grandes medios.
No descubriremos la pólvora diciendo que el reconocimiento y las subvenciones directas de los sucesivos gobiernos suponen una aportación importante para la consolidación de las grandes estructuras sindicales. Tampoco resulta desdeñable el desigual trato que la patronal otorga al sindicalismo amigo y, pongamos por caso, al anarcosindicalismo. Los archivos judiciales están llenos de denuncias por discriminación sindical, despido de candidatos y representas sindicales “non gratos”, trabas a la acción sindical, etc.
Casos hay -y no pocos ni menores- en que es el patrón el que incentiva el apoyo y la afiliación a determinado sindicato permitiendo que sea éste el que marque sus preferencias en contrataciones, ascensos y otras mejoras a las que deberían tener acceso todos los trabajadores sin ningún tipo de discriminación.
Pero la realidad es muy tozuda y la errática trayectoria del sindicalismo todavía mayoritario está abriendo los ojos a muchos trabajadores que, hasta ahora, habían creído en las centrales más conocidas o recelaban de sindicatos cuyas propuestas exigían un mayor grado de compromiso y de implicación en las luchas.
Antonio Pérez Collado