Artículos Perecederos
La euforia desatada entre los seguidores acríticos de Yolanda Díaz ha durado apenas 48 horas. Ha sido la propia ministra de Trabajo (a la que ya hay quien sueña con ver en la Moncloa como presidenta del próximo gobierno) la que ha matizado que lo de derogar la reforma laboral del PP no hay que tomárselo al pie de la letra; que sí, que se van ha mejorar aspectos de la legislación laboral para reducir la precariedad de los contratos, pero que técnicamente no es posible una derogación integral de la reforma de Rajoy. Los que ya somos algo más que maduritos no hemos podido evitar el recuerdo de aquel ingenioso “OTAN, de entrada no” con el que el PSOE, entonces comandado por Felipe González y Alfonso Guerra, nos metió de lleno en la alianza militar guardiana del capitalismo después de haber prometido y jurado que jamás lo permitirían.
Décadas después Pedro Sánchez, otro joven y atractivo secretario general de los socialistas, ha recorrido eventos y platós asegurando que en cuanto ganara las elecciones lo primero que tenía pensado hacer era derogar la reforma laboral de 2012 (la del PP, para entendernos). Pero una vez investido Presidente ha seguido hablando de esa reforma (no de la que su compañero Rodríguez Zapataro firmara en 2010) y paulatinamente ha ido pasando de la derogación total a los retoques de los aspectos más lesivos, a la modernización de las relaciones laborales, etc.
Esa previsible renuncia dejó a Podemos la oportunidad de aparecer como la parte del gobierno progresista que se encargaba de mantener firme la decisión de derogar la reforma laboral del PP (curioso que al igual que el PSOE y los sindicatos UGT y CC.OO. el podemismo también se olvide de las reformas socialistas y de ciertos pactos sociales que han hecho tanto o más daño a la clase trabajadora que los recortes de los populares).
A partir de esa nueva discrepancia entre los socios de gobierno se desató una guerra de comunicados y declaraciones en los que la derogación o la modificación de la reforma eran las enseñas que enarbolaba cada una de las facciones en liza. La oposición y su prensa afín también hicieron todo lo posible para enrarecer el ambiente y continuar con su campaña de acoso al gobierno de coalición; campaña pre electoral que va a durar cuatro años, y en los que su única aportación al debate son los insultos y las acusaciones de ineficaces, aunque sus berridos no sean verdad o no vengan a cuento en ese momento.
Obligados a pactar para mantenerse en el poder, PSOE y UP no tuvieron más remedio que llegar a un acuerdo de consenso, donde parecía que Yolanda Díaz ganaba e imponía su voluntad de derogar la reforma de marras. Visto el fiasco que ha representado tal acuerdo podría pensarse que los socialistas le han dado un día de gloria a la ministra, sabiendo que la derogación pura y dura era inviable… a no ser que se anulase toda la legislación que desde 1984 nos ha venido quitando a los trabajadores un derecho tras otro, y decidieran acabar con las ETT, las subcontratas, el despido barato, los contratos basura y el resto de recortes. Pero claro, eso parece que no lo quieren ni pensar los progresistas ni los carcas; ni la patronal ni los sindicatos que firman cualquier cosa con tal de mantener sus privilegios.
Y puestos a dudar de todo, parece puro teatro que teniendo tantos asesores y abogados en plantilla una parte y otra nos hayan estado asegurando que la derogación era cosa hecha, sin haberse cerciorado antes del recorrido legal que tendría que hacer el proyecto. Así que sin pretender desencantar a quienes siguen esperando que desde las instituciones se arreglen nuestros graves problemas, uno apostaría por mantener e intensificar la lucha en la calle y en los centros de trabajo. Puede que la militancia y la organización desde la base no estén de moda, pero a lo largo de la historia ha sido la lucha la herramienta que nos ha permitido conseguir todo lo que ahora estamos perdiendo.