El odio como programa político
Antonio Pérez Collado, Confederación General del Trabajo País Valenciano y Murcia
Alkimia. El Salto
Apenas un año ha durado la presencia del Vox en los gobiernos de las Comunidades de Castilla y León, Murcia, Aragón, Extremadura, Baleares y Comunitat Valenciana. El 11 de julio, cuando eran las trifulcas entre jueces, el nuevo caso de la policía patriótica y el cercano retorno de Puigdemont las noticias que agitaban suavemente la actualidad política, Santiago Abascal anunciaba a bombo y platillo la retirada de su apoyo al PP y el abandono de los ejecutivos autonómicos en los que habían venido participando los suyos desde las elecciones de 2023. De repente estábamos ante la tormenta informativa del verano.
A pesar de lo mucho que les costó llegar a este matrimonio de conveniencia, a los de Vox no les ha temblado el pulso a la hora de la ruptura. Los máximos dirigentes del partido ultra han insistido ante los medios en que la decisión ha sido debatida y consensuada entre todos miembros de su Comité Ejecutivo Nacional, seguramente para que a nadie le queden dudas de que aunque son un partido de corte caudillista también tienen su democracia interna. Sin embargo la cara de circunstancias de alguno de esos dirigentes territoriales (sobre todo la de Vicente Barrera, torero retirado y ya exvicepresident de la Generalitat y exconseller de Cultura y Deportes) y la negativa a dejar el cargo de algún consejero en Extremadura y Castilla y León podrían indicar la fragilidad del consenso y el sentido inverso (de arriba a abajo) que recorre la peculiar democracia orgánica de Vox.
Sea como fuere, lo cierto es que nos hemos quedado sin ver en funcionamiento la España modélica que Abascal y sus muchachos tenían previsto implantar previa pelea a cara de perro con sus socios de la “derechita cobarde” y con toda la oposición, para ellos marxista-leninista, atea y separatista. No le ha dado tiempo a más, pero como muestra de su proyecto quedan las leyes de memoria derogadas, los recortes en servicios sociales, la retirada de libros de texto que se atrevían a hablar de sexualidad y, mucho peor todavía, de homosexualidad o su obsesión en perseguir las lenguas propias de las comunidades autónomas que las tienen y usan desde hace siglos.
Pero ha sido la negativa del PP a tragar con su exigencia de que las comunidades gobernadas por la derecha rechacen el acuerdo con el gobierno central para acoger a un número proporcional de menores inmigrantes no acompañados lo que ha decidido a la ultraderecha a salir de los gobiernos, dejando en una situación comprometida al PP que necesitará el apoyo de Abascal para sacar adelante leyes y presupuestos en los parlamentos donde los de Feijóo no tienen mayoría absoluta; salvo que el PSOE aproveche la coyuntura para recuperar el bipartidismo.
A pesar de que los dirigentes de Vox hablan del peligro inmediato de atracos, navajazos y violaciones si se acoge a estos niños y niñas que han sobrevivido al duro viaje en cayucos, lo cierto es que se está hablando de poco más de 400 criaturas, muchas de ellas sin padres, que llevan meses en Canarias esperando un centro que reúna las condiciones adecuadas para su cuidado, desarrollo y formación. No parece probable que un país con 504.000 km cuadrados de extensión y casi 48 millones de habitantes vea tambalearse su economía y peligrar su seguridad porque una comunidad autónoma acoja a 15 o 20 menores.
Lo que constata la postura de Vox, que acaba de unirse al grupo Patriotas por Europa (encabezado por Viktor Orbán) en el parlamento de la UE, es su odio a las personas que tienen otra cultura, otro color de piel, otra patria más pobre. Ese desprecio al diferente, al que llega desde fuera buscando la forma de ganarse la vida en la Europa rica forma parte, por no decir que es el eje central, de estos partidos que, en base a mentiras y bulos en redes, van sembrando su racismo y xenofobia en amplios sectores de las sociedades occidentales. Las últimas elecciones europeas y las celebradas en Portugal, Francia y otros países confirman esa tendencia.
Europa no puede, no podemos los pueblos europeos, cerrar los ojos ante la tragedia que viven millones de personas en África u Oriente Medio. Es absurdo intentar detener un proceso, el de la inmigración y el mestizaje, que se desarrolla desde hace generaciones con normalidad en todo el continente. La convivencia de culturas, el intercambio de ideas, la aportación de los trabajadores extranjeros a las economías son vitales para el progreso de la Unión Europea. No podemos cerrar las puertas a las víctimas de nuestro expolio al Tercer Mundo.
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