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El turista 89.999.999

El turista 89.999.999

Si el optimismo de las autoridades y las patronales relacionadas con el sector turístico se confirma podríamos acabar el año 2024 con la cifra récord de 90 millones de visitantes extranjeros. A la rotundidad de ese dato le acompañarán otros igual de triunfalistas explicando que ha aumentado también el dinero que se han dejado los turistas en España, el número de pernoctaciones en hoteles y apartamentos o la llegada de vuelos internacionales y cruceros.

Antonio Pérez Collado. Alkimia

El turismo extranjero ya se vio como la gallina de los huevos de oro durante el franquismo. El régimen, ávido de divisas pero muy reticente y precavido con todo lo que venía de fuera y podía erosionar la estricta moral nacional-católica, no dudo en ofrecer sol y playa a las generaciones de trabajadores europeos que gracias al estado de bienestar ya gozaban de un nivel de consumo envidiable para cualquier familia obrera española. 

Se imponía abrir un poco la mano y que bikinis y sombrillas inundaran Torremolinos, Benidorm y Mallorca, arriesgándose a que la moda, la música y las ideas que reinaban entre la juventud de los países situados más allá de los Pirineos acabara contagiando a la sociedad española, que aún no se había despertado de la pesadilla represiva.

Se utilizaron los medios publicitarios de la época para vender en esos mercados del norte todos los encantos del país: clima, gastronomía, folclore, simpatía de sus gentes, etc. Pero también las mentes más preclaras del régimen inventaron algún método nuevo para atraer visitantes. Entre las ideas más exitosas estuvo la de convocar certámenes de la canción ligera en varias de las zonas con más tirón para futuros visitantes, cuya temática giraba en torno al turismo y la exaltación de las bellezas de la región. Mallorca, Benidorm y algún enclave más tuvieron durante años su festival de la canción.

Del festival de Mallorca salieron joyas musicales como Me lo dijo PérezEl puente a Mallorca o  Rufo el pescador, con unos ritmos bastante simples y unas letras que ruborizarían hoy a cualquier compositor que se precie. Pero seguramente el mayor éxito fue El turista 1.999.999 que se puso a sonar a todas horas en las pocas emisoras de radio de la época. Por si alguien no ha sufrido la escucha de este popular tema resumiremos su argumento: se cuenta la tragedia de un turista que por las ganas de pisar arena española baja a toda prisa del avión, con tan mala fortuna que se queda a un puesto de ser el turista 2 millones de ese año y recibir todos los honores y agasajos que las autoridades habían preparado para tal acontecimiento. Una tragedia que según cantaban Los Stop se vio compensada con creces por el gozo de bañarse y tomar el sol en la isla.

Ya ha llovido desde entonces, bien es cierto que con tendencia a ir a menos pluviosidad cada año, pero lo cierto es que los datos son aterradores. Ha pasado poco más de medio siglo desde aquellos festivales para la promoción de un turismo incipiente y deseado, pero la evolución ha sido tan intensa y demoledora que la cifra de turistas prácticamente se ha multiplicado por 50, pasando de apenas 2 millones anuales a casi 100. De hecho cualquiera de las grandes zonas turísticas (Canarias, Baleares, C. Valenciana, Cataluña, Galicia o Madrid) recibe ella solita más visitantes extranjeros hoy que todo el territorio español en los años 60 del siglo pasado.

Si en un primer momento el turismo pudo tener algún efecto favorable para el conjunto de la sociedad española, especialmente por la relajación de las rígidas normas de moralidad que trajo acarreada, desde hace años lo que se nota claramente son sus efectos perniciosos. Encontrar un trozo de playa sin edificaciones cada día es más difícil, lo que supone romper el equilibrio ecológico de muchas zonas de gran valor medioambiental.

El gran incremento del tráfico automovilístico, naval y aéreo representa la emisión de miles de toneladas de gases contaminantes a la atmósfera y los mares. También el turismo consume una gran cantidad de agua, precisamente cuando los efectos del cambio climático y las sequías aconsejan aplicar medidas de ahorro.

Otro problema, y no menor, es la repercusión del turismo en la calidad de vida de los residentes habituales. No es solo el agobio que en muchas localidades representa la llegada del turismo de masas (ruido a todas horas, calles abarrotadas, saturación de chiringuitos, aceras tomadas por las terrazas, etc.) es que la proliferación de pisos turísticos ha disparado los precios de la vivienda hasta tal punto que para muchas personas es imposible alquilar o comprar una vivienda, incluso teniendo un salario fijo.

Todas estas situaciones que en numerosos lugares se viven a diario están generando un gran malestar y el rechazo de muchos colectivos vecinales, hasta el extremo de que las protestas contra este tipo de turismo ya han estallado en las ciudades más castigadas por la turistificación.Mucho nos tememos que la llegada del hipotético turista 89.999.999 no va a ser esperada con ilusión y alegría por unas poblaciones que han dicho basta y reclaman medidas eficaces a los respectivos gobiernos. No se trata de rechazar a quienes vienen de fuera a conocer el país, lo que se está pidiendo es un poco de racionalidad y cordura.

Manifestación festiva contra la turistificación en el barrio de Lavapiés en abril de 2017 ÁLVARO MINGUITO
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