Artículo de opinión de la compañera de Dones Lliures publicado en Levante-EMV con motivo del Día Internacional contra las violencias machistas
He presenciado un grito desgarrador en Ràdio Klara. No ha habido elevación de voz, no ha existido ni una palabra disonante, sólo un relato coherente, pausado y sincero, pero era sin duda un grito desesperado.
El grito de una madre que teme por su vida y la de su hijo, que lleva tres años luchando, acudiendo a tribunales, hablando con miembros de la judicatura, de la fiscalía, de la policía, pero que cosecha una y otra negativa a que se ponga remedio a una situación que les tiene en la cuerda floja .
El grito de una madre que ha escrito y llamado por teléfono a cualquier institución o personaje público que pensaba que le podía ayudar, y que tan solo ha cosechado, en el mejor de los casos, buenas palabras; cuando no han tenido la osadía de entretenerla y marearla para que mientras tanto no hiciera ruido.
El grito desgarrado de quien es tan fuerte que continúa manteniéndose firme y segura a pesar de que ha visto como le han retirado la orden de alejamiento y han permitido que el padre pueda tener tiempo a solas con su hijo, y no en el punto de encuentro como hasta ahora.
El grito de quien sabe que si ella no cuida de su hijo nadie lo hará, y está dispuesta a todo para protegerlo, y que a pesar de ello teme que cuando alguien al fin le ayude sea demasiado tarde, como a tantas otras les ha pasado.
He visto en primera línea el periplo que muchas mujeres en este país realizan, dando vueltas en un devenir desesperado, buscando sin fin resolver una situación de la que publicidad e instituciones insisten que tiene salida, simplemente marcando un número de teléfono, pero que la realidad les demuestra que es mucho más complicado, y que más de una quedará por el camino.
Mientras que las instituciones nos adormecen con datos e informes interminables sobre las medidas tomadas, lo cierto es que poco a poco se va desmontando la escasa red institucional de protección a las mujeres maltratadas, y que a pesar de la profesionalidad de quienes continúan dando el mejor servicio posible, los medios son tan escasos que nada o casi nada pueden hacer.
En tanto que políticas y activistas populares llenarán estos días salones y pancartas de soflamas contra la violencia, convenciendo a una sociedad mortecina de que esté tranquila, que ellas se encargan; muchas mujeres seguirán luchando por salvarse y salvar a hijos e hijas de las garras de un maltratador, solas o con el apoyo y la solidaridad de otras mujeres que a pesar de todo consiguen crear redes de apoyo alternativas a las inútiles propuestas oficiales.
El 25 de noviembre, cuando las calles se llenen de banderas moradas y pancartas contra la violencia hacia las mujeres, habrá mujeres que temblarán ante la amenaza de una nueva paliza, un nuevo insulto, un nuevo desprecio a quienes nadie parece poder o querer ayudar. Porque el agresor es culpable, pero la sociedad es cómplice. Visibilicémoslo.
Emilia Moreno
Dones Lliures