Los beneficios empresariales y el incremento patrimonial de Juan Roig coinciden con el endurecimiento de las condiciones laborales
Enric Llopis
Rebelión
Buenas noticias para Mercadona. La cadena de supermercados valenciana se sitúa entre los 250 “grandes” del comercio mundial (pasa del puesto 44 al 42), según el informe Global Powers of Retailing 2014 elaborado por la consultora Deloitte. En marzo de 2013 la cadena de alimentación presentó los datos del último balance, correspondiente a 2012. El beneficio neto de la compañía, que a principios del ejercicio 2013 contaba con 1.411 tiendas y 74.000 empleados (según los datos de su página web), se situó en los 508 millones de euros, un 7% más que en 2011. La facturación creció, además, un 7%, hasta los 19.077 millones de euros. También le sonríe la fortuna al presidente de Mercadona, Juan Roig. En el listado, de 2013, que anualmente presenta la revista Forbes, Roig aparece (junto a su esposa, Hortensia Herrero) como la segunda fortuna del estado español (5.500 millones de dólares) tras Amancio Ortega, patriarca de Inditex. Además, el gran patrón de Mercadona se sitúa en el puesto número 219 dentro del elenco de potentados mundiales.
Como jerarca de uno de los buques insignias de la “marca España” y paradigma de la emprendeduría, el presidente de la cadena de supermercados se henchía con motivo de la presentación de los últimos resultados: “Mercadona va a continuar reforzando su apuesta por el empleo de calidad; y para mí es un orgullo poder decir que cualquier cajero/a o reponedor/a con más de cuatro años en Mercadona dispone de un salario que, incluidas las primas por objetivos, supera los 1.600 euros netos al mes”.
La propaganda “blanca”, la mercadotecnia y la política de relaciones públicas forman parte capital de la firma de Roig. “Supermercados de confianza”, “Siempre precios bajos”, “Productos locales. Calidad desde el origen”; “Logística sostenible”, acuerdos con Bancos de los Alimentos, “pesca sostenible”, “productos lácteos sostenibles” y, sobre todo, como afirma la empresa en las notas de prensa institucionales: “En Mercadona, el trabajador es un importante componente de su modelo y, por ello, ofrecemos unas condiciones diferenciales que contribuyen a que los trabajadores se sientan plenamente identificados con el proyecto empresarial, incrementen su rendimiento y se involucren en su desarrollo y crecimiento”. Pero hace unos meses, Mercadona aparecía, según las informaciones publicadas por El País, en los “papeles” de Bárcenas sobre una supuesta contabilidad B del Partido Popular. Según estas informaciones, la empresa de origen valenciano habría realizado aportaciones al PP de 90.000 euros en 2004 y otros 150.000 euros en 2008. A diferencia de lo que ha ocurrido con otros empresarios (sobre todo del ramo de la construcción), a los que se ha imputado por estos supuestos pagos, no ha ocurrido lo mismo con los responsables de la cadena de supermercados.
No es fácil encontrar canales por los que se cuestione la marcha triunfal de Mercadona. Ni dar con trabajadores dispuestos a romper el silencio. La razón reside en el miedo a represalias, sobre todo en un contexto laboral tan difícil como el de hoy. Sólo gente despedida, o que ha roto ya la relación laboral con la empresa, está dispuesta a ofrecer su testimonio. Sin embargo, al otro lado del silencioso muro de cada supermercado, una realidad parece inapelable: en los últimos años (coincidiendo con el origen de la crisis) hay una tendencia a retorcerles las clavijas a los empleados, endurecer al máximo los objetivos y los controles, y proceder a la sustitución de la plantilla veterana por otros trabajadores en condiciones de mayor precariedad.
Toñi Marín trabajó durante 14 años en tiendas de Mercadona de diferentes ciudades del País Valenciano, hasta que abandonó la empresa en 2003. Recuerda cómo hubo un momento en que la situación se le empezó a complicar. Trabajaba 40 horas semanales en la tienda de Carcaixent, pero sólo cobraba 26,5 horas; tenía que hacer cuatro viajes diarios desde su casa al centro de trabajo (y viceversa) y tampoco se le respetaban los “tramos” (incremento de las retribuciones de acuerdo con la antigüedad y el “buen hacer” del trabajador). La creciente competitividad, el agobio por los objetivos de venta y la presión de su jefe de sección (ella trabajaba en la carnicería) le llevaron a tomarse 15 días de baja por depresión (recuerda las taquicardias que padecía). “Mientras estaba de baja en casa, me llamaba por teléfono el jefe directo; me preguntaba cómo estás y cuándo vas a volver a trabajar”, explica. Más tarde empezó a trabajar en un supermercado de Algemesí, también en la carnicería. Entonces llegaron los dolores de espalda, con una dificultad añadida: la enorme dificultad para obtener la baja en Mercadona. Hace diez años y hoy. Según Toñi Marín, “se te ve como un terrorista que atentas contra la empresa; es más, en las reuniones de tienda y en las de valoración de resultados, se te considera una persona que genera problemas”. A pesar de los dolores en la espalda, el facultativo de Mercadona no le concedía la baja, sino a lo sumo “descansos”. Se sometió a tratamiento, pero la cosa no mejoraba. Trabajaba y sufría “enganchones”.
Finalmente, pasó por el quirófano. Permaneció entonces cuatro meses de baja. Y no más, porque, en plena rehabilitación postoperatoria, la mutua le comunicó que debía volver a trabajar. “A pesar de los dolores y de que no estaba en condiciones”, recuerda (en ese periodo, además, le tocó asistir –con un aparato adherido a la espalda- a los cursos de “Calidad Total” de Mercadona). Volvió a la carnicería. “Cuanto me estiraba hacia el mostrador para coger la pieza, sentía un dolor insoportable; me seguía enganchando”. El médico de Mercadona le remitió a la mutua. Le sometieron a corrientes, masajes y terapias contra el dolor; le pincharon cortisona, le suministraron antiinflamatorios y analgésicos. Todo ello, sin coger la baja. Y así, cuatro años laborando. “Cuando no podía más, me daban un “descanso” de tres días”, señala. ¿Qué solución dispuso el médico de Mercadona? Que se le destinara la perfumería, para que no tuviera que realizar dolorosos estiramientos. Pero en la perfumería Toñi Marín tenía que subir y bajar cajas, y ponerse de rodillas. Además, hacía de “animadora de ventas” dentro de Mercadona. Aguantaba con parches de morfina. Con fibromialgia, cuatro hernias cervicales y con las cuatro lumbares operadas. ¿Cuál es la conclusión de 14 años en la empresa? “Los Métodos, la calidad total…Juan Roig dice que se trata a todo trabajador como le gustaría que a él se le tratara. Todo una gran mentira”, subraya la extrabajadora. También en el Mercadona de Algemesí ha estado empleada una mujer de mediana edad que prefiere el anonimato. Ha trabajado en esta firma durante dos décadas, hasta hace dos años, y en muchas de las secciones. Las cosas empezaron a cambiar cuando Mercadona abrió una tienda en un municipio cercano, Alginet. Le dijeron que se marchara al nuevo supermercado. “Esto no resulta extraño, a la gente más veterana nos mandan por ahí, a las tiendas nuevas”, explica. Le pidió al jefe de planta armonizar su horario con el de una compañera, residente como ella en Algemesí, para desplazarse juntas a Alginet en automóvil (la afectada carece de vehículo privado). “Búscate la vida”, fue la respuesta del jefe de planta. Esta respuesta no era casual: “iban a por mí”, afirma sin dudar. Coincidió esto con la separación matrimonial (se quedaba a cargo de sus tres hijos). Cogió la baja por depresión y tomaba pastillas. Pero a su casa le llamaba el jefe de tienda: “¿Estás bien ya? ¿En quince días estarás mejor?”. Hasta que un día terminó la presión. Le llamaron a la empresa, donde le estaban esperando el jefe de tienda y el de recursos humanos. “Te ofrecemos 10.000 euros si te vas”, le dijo éste. La empleada se negó (con sus 20 años en la empresa le correspondía una cantidad mucho mayor). Finalmente, negoció con Mercadona (asesorada por su abogado laboralista) una indemnización superior.
Coinciden las fuentes consultadas en los mecanismos de coerción presentes en los supermercados. Tres pequeñas faltas pueden implicar el despido. El jefe de tienda cuenta con importante margen de discrecionalidad para aguzar la vista y aplicar la normativa si al empleado lo tiene previamente en el punto de mira. O, por el contrario, dejar hacer, dejar pasar. En todo caso, la amenaza pende y no hacen falta demasiadas explicaciones. Los “Métodos” permiten a la empresa apretar hasta el límite, oxigenar a conveniencia y, en todo caso, regular la presión.
Desde la cúpula hasta los grandes coordinadores, de estos a los jefes de zona, que a su vez trasladan la presión a los trajeados jefes de tienda. Finalmente, la cadena de mando llega al empleado. Objetivos de venta (no resulta extraño que los trabajadores adquieran productos de Mercadona para cumplir con las metras planteadas), emulación, competitividad; piques y rivalidades entre compañeros fomentados por los jefes o tareas cronometradas al detalle, forman parte de la realidad cotidiana en la empresa.
En julio de este año fue despedido de Mercadona un joven de 32 años que trabajo en una tienda de Valencia durante los últimos ocho. “Los últimos dos años me hicieron la vida imposible”, explica. “Me practicaban un seguimiento exhaustivo, el jefe de tienda buscaba errores donde no los había”. Una etiqueta levemente torcida, un bote ligeramente doblado, una pequeña mota de polvo: Las faltas se iban sumando. Puede que otros compañeros cometieran errores más notorios, pero se cebaban con él. Se le ocurrió pedir una reunión con el jefe de tienda para manifestarle su preocupación. La idea no agradó a su inmediato superior, que redobló el acoso.
Finalmente, obtuvo la baja por ansiedad del médico de la seguridad social y se sometió a medicación y tratamiento. Llegaron a continuación las llamadas telefónicas: “Otros compañeros han de doblar el turno porque tú no vienes a trabajar”. Así, hasta que a las dos o tres semanas le llegó a su domicilio un burofax en el que se le comunicaba el despido por escaso rendimiento, y por no ajustarse a los “métodos”. Sin indemnización en principio, aunque recurrió a los servicios de un abogado y llegó a un acuerdo posterior con la empresa.
Resume, a partir de su experiencia, la que considera actualmente la estrategia empresarial de Mercadona: “Tratan de deshacerse de la gente más formada y con muchos años en la empresa, para contratar a personal en otras condiciones, muchas veces licenciados, a los que van moviendo por los diferentes supermercados con la promesa de ascenso y la posibilidad de hacer carrera; entran con un contrato de seis meses y sueldo más bajo que los veteranos”.
También quiere mencionar lo que ocurrió en la víspera de la última huelga general: “Se convocó a una reunión interna a primera hora en cada una de las tiendas, en dos turnos”. El jefe de tienda les dijo: “Tienen derecho todos ustedes a participar en la huelga, pero eso tendrá consecuencias; además, lo de la huelga es una cosa de cuatro gatos y no va con Mercadona”. Se hizo un silencio.
Otra exempleada de una tienda de Valencia fue despedida en octubre de 2012 tras una década en la cadena de Juan Roig (los últimos cuatro en la pescadería). Su problema vino cuando se vio forzada a manipular el inventario de ventas por las exigencias del jefe de tienda. La idea era aparentar que se satisfacían los objetivos de ventas y se cumplía con el plan “basura cero”. Cuando el “maquillaje” contable se hizo evidente, recibió la comunicación de despido (junto a su compañera, también titular de la pescadería) por fraude a la empresa. Tiene muy claro que su jefe directo “le utilizó como escudo”. Una historia oculta de explotación. La sombra de la propaganda “blanca”.