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La Paideia libertaria: el olvido que nunca seremos

La Paideia libertaria: el olvido que nunca seremos

Rafael Cid

Intervención de Rafael Cid en la Asamblea de delegadas y afiliadas de CGT València, celebrada en el marco de las XXV Jornadas libertarias de CGT València

En uno de sus aforismos el poeta René Char dice: <<a nuestra herencia no la precede ningún testamento>>. Desfase genealógico que quienes confluimos en la reconstrucción de la CNT durante la transición desatendimos hasta que no se abrió la Caja de Pandora años más tarde. Recibimos el testigo de hombres y mujeres que habían personificado con grandes sacrificios el ideal libertario durante el tormentoso ciclo república, guerra y dictadura. Pero no supimos descifrar a tiempo el mensaje contenido en la botella lanzada al mar de la posteridad por Char. Por la propia naturaleza de esa migración, que no descansaba en testamentos, como suele ocurrir con los rentistas de patrimonios, estábamos obligados a salir de la autarquía ideológica y buscar nuestro propio camino sin atajos esencialistas. De ahí que tras la pleamar inicial (el masivo mitin de San Sebastián de los Reyes en Madrid; las espectaculares y multitudinarias Jornadas Libertarias de Barcelona o la enardecida presentación de Federica Montseny en la plaza de toros de Valencia a rebosar), bastaron unos reveses importados por las querellas del exilio confederal, el inevitable impacto del conflicto generacional y la previsible hostilidad del aparato estatal para acusar un profundo descalabro. Nuestro principal hándicap entonces fue que, aunque reproducíamos valores comunes, no los podíamos experimentar de la misma manera porque los tiempos habían mutado. El problema era cómo perseguir objetivos a largo plazo en una sociedad a corto plazo.

Entonces, ¿cómo es posible que medio siglo después esa trazabilidad antiautoritaria sea una realidad sin parangón en su clase? No tenemos Poder, carecemos de cargos en las instituciones, no nos escudamos en una mayoría política o sindical, tampoco poseemos influencia mediática, ni recibimos subvenciones públicas, y sin embargo hoy la huella de anarcosindicalistas y libertarios es inapelable. Quizás porque, además de la persistencia de CNT y CGT como cabezas de puente de la trabazón orgánica, pervive y burbujea toda una constelación de iniciativas autónomas que ha arraigado en la ciudadanía más consciente. Me refiero a ese iceberg formado por ateneos (como Al Margen), cooperativas, escuelas racionalistas, radios libres (como Radio Klara), editoriales, centros sociales, asociaciones culturales, círculos naturistas, publicaciones impresas, portales digitales, bibliotecas populares, memoriales (como el del Noi del Sucre) y tantas más actividades bienvenidas bajo el signo de la independencia alternativa que se extienden de la Ceca a la Meca. Lástima que aún no haya un ateneo libertario nómada que vertebre la España profunda.

Si en el pasado el músculo cultural del movimiento anarcosindicalista llegó hasta el titánico proyecto de alentar una lengua franca en el esperanto, hoy se puede asegurar que ninguna institución política le supera en el ámbito de eso que antaño llamaban algo ampulosamente misiones pedagógicas, y en la Atenas clásica Paideia (remito a los espléndidos trabajos del historiador valenciano Javier Navarro Navarro). Sin ir más lejos, tenemos estas Jornadas Libertarias que hoy inauguramos en su vigesimoquinto aniversario, un ejemplo más de la resistencia nómada a la que debemos en buena medida nuestra impertinente mala salud de hierro. Esa gota malaya que contra todo pronóstico constata orgullosamente << y sin embargo se mueve>>.

No uso solo metafóricamente la referencia a lo argumentado por Galileo ante el tribunal de la Inquisición que exigía su claudicación. Lo cito porque la dinámica emancipadora del anarquismo supone una enmienda a la totalidad frente a la distopia presente que se ha naturalizado como imaginario de convivencia (no hay vez que las encuestan no cuestionen a partidos y clase política como los estamentos menos apreciados por la gente). La edificante propaganda por el hecho, a menudo más allá del sindicalismo y más acá de la anarquía, es el antibiótico más eficiente contra la enfermedad terminal que implica el desorden establecido que amenaza nuestra existencia en el planeta. Y digo también <<antibiótico>> conscientemente. El hábito no hace al monje por mucho que lo santigüen. De hacer caso al academicismo rampante, un antibiótico sería algo mortal de necesidad, de anti (contra) y bios (vida), contrario a la vida, y ocurre precisamente al revés, es un antídoto contra las enfermedades de nuestro organismo. Por idéntica razón, la <<anarquía>> no es equivalente a <<caos>>, su cacareada mala reputación como pretende los diferentes Poderes, sino su antítesis en el cuerpo social: la más alta expresión de un orden que vigoriza el auténtico derecho y la verdadera democracia.

De ahí la importancia estratégica de esa <<polinización libertaria>> multicultural. Esa Paideia (transmisión de valores en el ser y en el hacer) que encarna con su esfuerzo, mérito y capacidad el <<vivir auténtico>> de las iniciativas autónomas y descentralizadas del <<ecosistema moral>> (somos uno con los demás). Y de nuevo empleo los términos <<polinización>> y <<ecosistema>> con todas las consecuencias. Es en el crisol de esas experiencias donde, refutando el troquel hegemónico de dominación y explotación (y sus trasuntos de jerarquía, insolidaridad, competitividad, violencia, coerción, mercado crematístico y esquilmación de recursos naturales) se cultiva la cepa del antibiótico libertario. Porque, como escribió Rousseau con rotundidad, <<es muy difícil reducir a la obediencia al que no quiere mandar>>.

Esta es la legitimidad fundante que velará por el olvido que nunca seremos, porque refractarios al panóptico estatal estamos al abrigo de amnesias y de amnistías. De hecho, aunque nuestra herencia no procede de ningún testamento, venimos de una larga memoria. Fue en 1866, en el Congreso de Ginebra, cuando la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT) dejó inscritos los dos principios cenitales que aún hoy semillan el quehacer libertario. Uno es tan reconocido como postergado, aquel que afirma: <<la emancipación de los trabajadores ha de ser obra de los trabajadores mismos o no será>>. La categoría de <<acción directa>> autogestionaria, que hoy ha sucumbido ante la entronización del concepto de <<representación>> (un cheque en blanco a favor de la delegación), tan cómodamente asimilado por partidos políticos y sindicatos del régimen. Y que sirve de pilar y anclaje a esta sociedad del escalafón entre dirigentes y dirigidos, gobernantes y gobernados, representantes y representados, ganadores y perdedores en rivalidad permanente. Absolutismo institucional que anula lo que Joaquín Costa denominaba <<representación adventicia>> y entre nosotros arraiga como <<propaganda por el hecho>>, el tipo de acción individual o colegiada, ejercida al margen de la vida oficial, que tiende a modificar algún punto del derecho público (ejemplo, la histórica huelga de La Canadiense liderada por Salvador Seguí que trajo la jornada laboral de ocho horas en 1919). Acción directa, por cierto, que como recuerda Juan Peiró en Problemas del Sindicalismo y del Anarquismo <<Esencialmente significa acción de masas, y las masas obreras no solamente están interesadas en los problemas que se debaten entre el Capital y el Trabajo, sino que lo están asimismo en todos los problemas de la vida pública y social, sean ellos morales, políticos, jurídicos, administrativos, culturales, y cuantos se refieran al orden de la justicia y la libertad>>.

El otro principio legado por la AIT apenas es recordado y sin embargo contiene el elemento activo que, siguiendo a Protágoras, haría del hombre, y no del dinero, la medida de todas las cosas, de las que son en cuanto son y de las que no son en cuanto no son. Hablo de ese péndulo bidireccional que prescribe <<no más deberes sin derechos ni más derechos sin deberes>>. Un aserto que aglutina en un único haz el compromiso con la responsabilidad y la política con la ética, señas de identidad que tuvieron a gala los viejos cenetistas cuando rechazaban convenios laborales que implicaran facilitar instrumentos de opresión (cárceles, por ejemplo). La <<ética de la convicción>> y la <<ética de la responsabilidad>> expresadas desde abajo medio siglo antes de que Max Weber las formulara como claves de la acción política. En la actualidad el extremo <<no más derechos sin deberes>> se ha expurgado de la hoja de ruta de las instituciones mal llamadas representativas.

Por eso los derechos suelen ser concesiones del poder, beneficencia; la solidaridad entre trabajadores en conflicto es catalogada de ilegal en el Estatuto de los Trabajadores; y la antigua dignidad del trabajo ha desaparecido de ámbitos donde la mano de obra colabora en fabricar armas de destrucción masiva. El alcalde izquierdista de Cádiz, ante el dilema de construir fragatas en la factoría de Navantia para Arabía Saudí en plena guerra contra el Yemen, calificada por la ONU como la mayor catástrofe humanitaria de su época, argumentó <<de algo hay que comer>>, y el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, interpelado sobre por qué España seguía vendiendo armamento a esa petrotiranía feudal, zanjó la polémica con un <<lo mejor es que no tenga que emplearse>>. Parecido correlato se puede hacer ahora con el papel de nuestra Industria de Defensa ante el bárbaro ataque de Israel a los palestinos de Gaza. En una palabra, los productores que trabajan para esos arsenales de muerte, y los sindicatos que les secundan, ejercen su derecho al trabajo encanallando su deber humanitario de no contribuir a masacres contra la población civil.

He nombrado antes el gradiente <<ecosistema moral>> atribuido al anarquismo y debo aclarar de nuevo que no solo utilizo la expresión en su declinación convencional. Esa cadena humana de eslabones virtuosos que nos debe vincular como ciudadanos en plenitud, donde todos somos a la vez contingentes e indispensables. Este <<ecosistema moral>> entraña una declaración de solidaridad de mayor alcance que lo indicado por su estricta semántica. Añadiré que esa parte sería baldía si no se complementara con otra dimensión que enlaza legado y herencia. En concreto, con lo que debemos tanto a los que nos precedieron como a los que nos sucederán. Un imperativo categórico que impele cuidar lo recibido y preservar, y si es posible mejorar, lo que dejamos a futuros. La conciencia de <<ecosistema moral>> exige frenar la cantidad de entropía que genera una producción devastadora y un consumo irresponsable. La tradicional <<frugalidad>> de los libertarios de la vieja escuela, exige hoy un cambio radical sobre la escalada depredadora contra los recursos naturales. No nos asiste ningún derecho a la esquilmación. Por el contrario, tenemos el deber de impugnar la voracidad de hoy para que no hereden miseria ambiental los no nacidos. Y eso vale tanto en el terreno ecológico como en el de la deuda financiera. Ese dilapidar por encima de las necesidades lastrando las posibilidades de los que aún no han llegado, reproduce a mayores la razón de ser de lo peor de la cultura capitalista. El bienestar de unos a costa de la explotación de otros que ni siquiera pueden alzar su voz. Un por venir sin porvenir, un simulacro de democracia.

Al principio de esta breve exposición me he referido a los años de la transición como una oportunidad frustrada por falta de perspectiva y talento crítico, y creo que ahora corremos un riesgo de petrificación por someternos mansamente a la corriente dominante. En dos cuestiones principales: la consideración de lo libertario como otra izquierda más y el desprecio de los valores democráticos. Seguramente ambas cosas por contentarnos con ser un corta y pega singular de esa misma izquierda tautológica que acostumbra a definirse solo como la contraparte de la derecha. De forma y manera que, si la derecha afirma que es de noche siendo efectivamente de noche, la izquierda realmente existente debe proclamar, sí o sí, que es de día, por aquello de <<el partido siempre tiene razón>>. De ahí a convertir el antagonismo político en presunción de inocencia para la izquierda y de culpabilidad para la derecha hay un salto al vacío del pensamiento mágico.

El anarquismo nunca ha sido una pieza de recambio más en el cajón de herramientas de la sedicente izquierda. Y no lo será mientras mantenga viva su lucha por la justicia y la libertad sin suplantar la una a la otra por razón de oportunidad o de poder, en todo caso será una izquierda antiautoritaria y federalista. Bakunin lo dejó claro cuando sentenció: <<Libertad sin Socialismo es privilegio e injusticia, Socialismo sin Libertad, esclavitud y brutalidad>>. El otro elemento problemático, externalidad punitiva de esa izquierda de almanaque, está en menospreciar las virtualidades de una democracia deliberativa, como opción emancipadora plena y cabal. Reivindicar una democracia que integre el <<ecosistema moral>>; la <<polinización libertaria>> y lo que de <<antibiótico>> existencial hay en la experiencia antiautoritaria es avanzar hacia la DemoAcracia: Anarquía positiva y Democracia efectiva. Repito para que se capte en toda su intensidad el concepto DemoAcracia como afinidad entre el Demos, en cuanto primacía de la soberanía popular como genuina expresión de la comunidad política, y la Acracia, como construcción de un derecho que sea el organismo objetivo de la libertad humana. Solo a un recurrente negacionismo democrático de corto vuelo cabe achacar nuestra ausencia de los grandes debates actuales, cuando tanto podíamos aportar. De ahí que, en plena polémica sobre el independentismo catalán y la cohesión territorial, casi nadie cite las contribuciones de Proudhon en El principio federativo; a su introductor en España, el Pi i Margall de Las nacionalidades; o al cenetista Felipe Alaiz, autor de Hacia una Federación de Autonomías Ibéricas, donde incluye a toda la península en un mismo proceso constituyente de abajo-arriba para unirse o separarse (en eso consiste el derecho de autodeterminación). Sin menospreciar los estatutos orgánicos de CGT y CNT, ambos de raigambre confederal. Esta automarginación da bazas para la descalificación con el trágala de que el anarquismo nunca aporta nada constructivo, que solo sabe decir no.

Concluyo con una reivindicación que seguro compartiréis. Me refiero a ese colectivo de la CGT que en buena medida representa aquí y ahora lo mejor de nuestra tradición libertaria, paradigma de un orgulloso legado sin herencia. Hablo con agradecimiento y respeto de los compañeros de Salvamento Marítimo, que cada jornada renuevan con su trabajo la esperanza de un mundo nuevo en nuestros corazones. Muchas gracias y salud.

SIN FE CIEGA, SIN MILITANCIA DE CARTUJO: OBRANDO EN CONCIENCIA

La reflexión que a continuación desarrollaré, intenta responder a la pregunta del millón: ¿por qué sigue siendo hoy útil el anarquismo? Y mi punto de vista lo resumo con una metáfora poco original: porque es como montar en bicicleta. Una herramienta sencilla y económica que nos permite movernos a distancia; que es solidaria porque no contamina y contribuye a mejorar la salud pública y el medio ambiente; que nos ayuda a quemar grasas mórbidas; que está al alcance de todos los públicos y vale para todas las estaciones del año y no solo para el verano. Pero todo ello con una condición: que adquirida la pericia física, ética y mental necesaria para mantener el equilibrio, ya no dejemos nunca de pedalear, aunque sea tiempo parcial y como fijos discontinuos.

<<Las ideas poderosas están en tu bolsillo.>> (René Char)

<<El poder corrompe tanto a los que están investidos de él como a los que están obligados a sometérsele> (Bakunin)

<<La única manera de ser libre ante el Poder es tener la dignidad de no servirlo>> (Miguel Torga)

<<No se puede aniquilar la fraternidad porque no es un organismo>> (1984)

Mala reputación. <<Víctima del Anarquismo. Murió asesinado en Santa Águeda el 8 de agosto 1897 siendo presidente del Consejo de ministros>> (Monumento a Cánovas del Castillo en la entrada del Centro de Estudios Constitucionales)

El fin y los medios (La Venus del espejo y la lucha contra el cambio climático)

Navarro (A la revolución por la cultura y Ateneos y Grupo Ácratas)

Max Weber: <<Es completamente cierto, y así lo prueba la historia, que en este mundo no se consigue nunca lo posible sino se intenta lo imposible una y otra vez>>. Marx: <<La humanidad solo se propone objetivos que pueda alcanzar>>

Democracia. La capacidad política de la clase trabajadora (testamento político de Proudhon): <<No juzguen el libro por su extensión (…) No encontrarán en él más que una idea: la idea de la nueva democracia>>, <<Unamos nuestros esfuerzos para un fin común: el triunfo de la verdadera democracia>>

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