Los crudos episodios en los que han perdido la vida tres trabajadores en Zaragoza, Barcelona y Murcia estremecen un país que vuelve a superar el medio millón de siniestros y en el que la cifra de fallecidos en el trabajo se cronifica por encima del medio millar, en ambos casos con tendencias al alza.
“No se entiende que alguien pueda jugarse la vida en el trabajo”, señala Pedro J. Linares, responsable de Salud Laboral del sindicato CCOO, mientras Ruth Vallejo, decana de la Facultad de Ciencias Sociales y del Trabajo denuncia que “con la excusa de la crisis ha habido una relajación enorme en materia de prevención de riesgos laborales”.
Tres escalofriantes episodios registrados en los últimos días avalan las palabras de Linares y Vallejo: un conductor de autobús urbano de Zaragoza muere tras conducir varios kilómetros después de que la empresa le sugiriera que lo hiciera cuando este le comunicó que sufría una indisposición, una limpiadora de la panificadora de Mercadona en Abrera (Barcelona) muere sepultada bajo varias toneladas de levadura, y pasa un día sin que nadie localice el cadáver, y una trabajadora de una empresa de cítricos de Fortuna (Murcia) muere decapitada por una máquina y sus compañeros denuncian en redes que fueron conminados a seguir trabajando con normalidad.
Escenas de esa desgarradora crudeza, con rasgos cercanos al abandono, o cuando menos a la indiferencia sobre la situación del trabajador y de sus compañeros en algunos casos, menudean en un paisaje laboral que al salir de la crisis presenta cotas de precariedad superiores a las previas y en el que la siniestralidad laboral ofrece un claro repunte cuyo inicio coincide con la reforma laboral y con unos brotes verdes que han acentuado las brechas de la desigualdad.
“Esos tres episodios pueden parecer pocos, pero son muchos, demasiados”, explica Linares, para quien “no es normal que ante un hecho luctuoso se pueda tener una reacción de ese tipo”. “A veces priman otros intereses”, añade, “y se antepone la producción ante una situación de indisposición del trabajador hasta que se le puede sustituir”.
“Si un trabajador se encuentra mal, se debe parar el servicio y activar a los servicios médicos de la empresa”, refuerza Vallejo, para quien “eso es algo de sentido común, no debería ser necesario regularlo”.
Más de diez accidentes laborales mortales por semana
Los datos del Ministerio de Trabajo sobre la evolución de la siniestralidad laboral resultan contundentes: el año pasado hubo en España 532.977 accidentes laborales con baja, casi 130.000 por encima de los 404.284 del bienio 2012-2013, el primero de aplicación de la reforma laboral.
Han aumentado casi un tercio (31,8%) en apenas un lustro para regresar a los niveles que se daban en 2010 y 2011, los años de mayor dureza de la crisis, después de otro lustro de descenso en el que, coincidiendo también con la época de mayor destrucción de empleo en décadas, se redujeron a menos de la mitad ya que en 2007, en la etapa de mayor ocupación de la burbuja, fueron 924.981.
Ocurre algo similar con los accidentes laborales mortales, cuya progresión ha sido ligeramente inferior, aunque en este caso hay que tener en cuenta que en 2016 se modificó el método de contabilización.
Los 574 siniestros con fallecidos registrados a lo largo de todo el año pasado, que suponen más de diez por semana, implican un aumento del 28,4% frente a los 447 de 2012 y 2013, lo que equivale a regresar a los niveles de 2010.
El transporte y el trabajo en almacenes, con 111, seguido de la construcción con 99, la industria manufacturera con 83, la agricultura con 75 y los talleres de automóviles con 61 son, de largo, los sectores con mayor mortalidad.
El atasco en el liderazgo de las empresas
Linares y Vallejo coinciden en dos perecpciones: el avance en seguridad y salud laboral, y los resultados de esa mejora, desde la aprobación de la Ley de Prevención de Riesgos Laborales de 1995 y el deterioro que la precariedad está provocando en ese ámbito del trabajo.
“Decir que no ha cambiado nada desde 1995 sería absurdo, sería mentir, porque el nivel de preocupación y la adopción de medidas en las empresas es mayor y hemos consolidado un modelo de prevención homologable al de los países europeos”, indica Linares, quien, al mismo tiempo, llama la atención sobre el hecho de que “el mercado de trabajo se basa en unas condiciones laborales precarias en las que los trabajadores se ven a menudo obligados a aceptar condiciones que en otra situación no asumirían”.
En este sentido, anota, “que la prevención está pasando a un segundo plano es un reflejo de varios factores como la precarización estructural y la elevada rotación” en los puestos y los contratos”. Eso, junto con otras causas como una debilitación de la representación sindical y colectiva que a menudo sitúa al trabajador de enfrentarse en solitario a esas situaciones, hace que “aun conociendo la existencia de derechos, a veces se presiona tanto al trabajador, que acaba haciendo dejación de ellos”.
Para Valllejo, “la prevención se relaja en los trabajos precarios, en la gente que va a aguantar por temor a perder el empleo”. “No estamos progresando en el liderazgo de las empresas”, apunta, y “los departamentos de Recursos Humanos no siempre tienen en cuenta el bienestar de los trabajadores pese a saber que siempre genera un retorno”.
“La siniestralidad está creciendo”
Ese aumento de la siniestralidad, por otro lado, no se está dando de una manera homogénea en el mercado laboral.
“Hay indicadores que apuntan que la siniestralidad está creciendo en algunas actividades como la industria manufacturera y la construcción”, apunta Linares, para quien, pese a los avances de las pasadas décadas, “el sistema preventivo tiene pies de barro y ha comenzado a hacer aguas en cuanto ha habido presión sobre el empleo”.
En este aspecto resultan reveladores los datos del llamado índice de incidencia, que muestra el ratio de accidentes laborales por cada 100.000 empleados. El indicador se encuentra claramente por debajo de los que se registraban en vísperas de la crisis, aunque resulta llamativo observar cómo estos decrecieron notablemente en el periodo 2008-2012, el previo a la reforma laboral, para iniciar a partir de entonces una subida sostenida que ya encadena seis años y que se repite de manera prácticamente calcada en todos los sectores.
Calcada en cuanto a la tendencia, ya que las magnitudes revelan algunas particularidades como el hecho de que los ratios sean superiores a los anteriores a la crisis en un sector primario cada vez más industrializado, tanto en la agricultura como en la ganadería, o que lleve en la construcción cuatro años de aceleración que coinciden con los brotes verdes.
En el apartado de los accidentes mortales, con 3,67 por cada 100.000 trabajadores, llama también la atención la progresión que se está dando en esos mismos sectores, con registros superiores a los de 2008 en tres de los últimos cinco años en el campo y las granjas y con un ratio cada vez más cercano al de aquella época en el andamio.
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