Antonio Pérez Collado, CGT País Valencià i Murcia
El movimiento antimilitarista acuñó y usa profusamente el acertado lema “si quieres las paz, no te preparares para la guerra” con el que se pretende dejar patente el rechazo a los ejércitos y al comercio de armas, aunque la expresión es mucho más antigua puesto que se trata de una frase latina que decía todo lo contrario, y a la que los objetores a la guerra le dieron la vuelta. Parece ser que el escritor romano, y experto en asuntos militares, Vegecio sostenía en un texto del año 390 que la mejor forma de mantener la paz era estar preparados para la guerra.
Hoy, a 2000 y pico años vista de Julio César y después de muchos millones de muertos en cientos de guerras, podemos decir sin miedo a equivocarnos que no es la opción militar la mejor vía para llegar a la paz y la cooperación entre los pueblos. Sin embargo la humanidad no ha aprendido la lección que la historia nos ofrece y durante estos dos milenios ha seguido dejando algo tan importante como la paz en manos tan belicosas como las de generales, mercaderes y servicios secretos.
Bien entrados en el siglo XXI sigue siendo el gasto militar el que se lleva la parte del león de la mayoría de los presupuestos estatales, aumentan las ventas y beneficios de la industria armamentística y se perpetúan y refuerzan bloques militares como la OTAN, a pesar de que su razón de existir (el Pacto de Varsovia) se disolvió en 1991.
En lugar de aprovechar la caída del Telón de Acero para negociar paulatinamente el desarme de ambos bandos, las potencias occidentales lo que han hecho es ampliar su influencia estratégica y militar hacia el este incorporando, no solo al tratado comercial de la UE sino a la OTAN, a varios países del antiguo bloque comunista y a las tres repúblicas bálticas, territorios de la extinta URSS, lo que ha servido a Putin como justificación para la escalada armamentística.
Hablar de un bloque occidental es referirse directamente a Estados Unidos, puesto que la Unión Europea carece de una política exterior común y actúa al dictado del Pentágono y del cuartel general atlantista. Ha venido siendo así en las arriesgadas aventuras militares norteamericanas en Afganistán, Sira, Libia o Iraq y lo es ahora con la postura frente a la invasión rusa de Ucrania. Aunque aquí el potencial destructor del oponente es inmensamente superior y los guardianes del orden y la democracia (tal y como tales conceptos se entienden en Wall Street y demás parqués occidentales) no se atreven a entrar directamente en la guerra; eso sí, no dudan en animar y armar al país invadido por el ejército ruso usando eufemismos tan penosos y trillados como los de armas defensivas, materiales de repuesto o Fondo Europeo en Apoyo de la Paz.
Los argumentos de Putin tampoco es que sean más originales y creíbles, pues empezó diciendo que eran unas maniobras rutinarias en Bielorrusia, continuó con una operación especial en Ucrania para desnazificar este país y proteger a la comunidad rusa y, por supuesto, quiere poner un gobierno más acorde con su particular forma de ver la democracia y la libertad.
Son muchos los intereses enfrentados en esta guerra, aunque todos ellos responden a desafíos entre potencias militares y comerciales, a la lucha por la hegemonía en mundo y por el acceso a importantes materias primas, especialmente los carburantes. De lo que no hay duda alguna es sobre quién pagará las consecuencias de este conflicto armado. En primer lugar las víctimas mortales las pone el pueblo ucraniano, y sobre él caerán también todos las tragedias que origina la guerra: destrucción, dolor, pobreza, exilio, etc.
Pero también el pueblo ruso y los pueblos de la Europa occidental vamos a pagar nuestra cuota de guerra en forma de aumento del paro, subida de precios, mayor control de los estados sobre los medios de comunicación y las libertades, espiral armamentística y recorte de presupuestos sociales para destinarlos al gasto militar.
En definitiva, y como ya viene recordándonos otro proverbio, resulta evidente que “las guerras sirven para que se maten entre sí pobres que no se conocen en beneficio de ricos que sí se conocen pero no se matan”.
Antonio Pérez Collado