Las absurdas muertes ocurridas por los atentados en París, en especial a los trabajadores de Charlie Hebdo, que con sus afilados lápices hacían sonreír a tanta gente, han puesto de manifiesto que el humor también puede ofender, aunque sea en el uso de la libertad de expresión. Y, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, la disyuntiva se plantea una vez más entre seguridad y libertad, como si ambas no fuera posible.
Pudimos presenciar dos días después de estos atentados cómo se solidarizaban los líderes mundiales, muy afectados ellos porque esta vez la masacre la teníamos cerca. Curiosamente, en la manifestación, reconocidos genocidas como Netanyahu se erigían como paradigma de la democracia. El que tan solo el verano pasado mandara bombardear Gaza matando a la población civil, especialmente a niños y niñas en parques infantiles, playas, hospitales y colegios? Sí, allí estaba el responsable de esa matanza y otras defendiendo la democracia como el que más. Como si las muertes cuando se producen fuera de casa, esas vidas no tengan valor y por su insignificancia ni cuenten.
Otro líder mundial allí concentrado, compartiendo dolor en primera línea, era don Mariano Rajoy. El mismo que no cumpliera ni una sola de sus promesas electorales. El perteneciente al partido político con más casos de corrupción en la historia democrática. El señor antisistema que desmantela el sistema de bienestar. El que tan solo hace unos días presentara en el Congreso la ley mordaza, o Ley de Seguridad Ciudadana. Es decir, ley para la seguridad que ellos necesitan, para blindarse en sus castillos y así garantizarse la continuidad de sus fechorías políticas. Diseñada para que la ciudadanía empobrecida y descontenta no se rebele en las calles y acate con resignación cristiana su mísero destino. Ley para amordazar y criminalizar la libertad de expresión. Lo dicho, allí estaba don Mariano defendiéndola. ¡Qué desfachatez!
Reflexionando acerca de la libertad de expresión, sabemos que está protegida desde 1948 en la Declaración Universal y contemplada por los países democráticos. Ello presupone que las personas somos poseedoras de ese derecho y por tanto no se puede hostigar ni perseguir a nadie en el ejercicio de su libertad. No obstante, no es un derecho absoluto, porque somos responsables de nuestras palabras y, por tanto, si se hace uso indebido de ello, por ejemplo ofender, no sería un derecho. Aunque este argumento parezca una obviedad, es parte del conflicto que ha generado los atentados de París. Pero sabemos que el caso no es tan simple.
Cuando ocurre un atentado en países democráticos la respuesta inmediata de los Estados es desplegar un arsenal policial infundiendo miedo, porque la práctica ha demostrado que esto funciona. Una población atemorizada acatará restricciones y pérdida de libertades en beneficio de la seguridad. De esa forma consiguen una ciudadanía más sumisa ante un gobierno protector que sabrá rentabilizar su trabajo en las próximas elecciones.
Pero es imprescindible hacer un diagnóstico para encontrar el antídoto y estos gobiernos no hacen ni una pequeña autocrítica para poner en marcha un plan en la búsqueda de una solución. Y no lo hacen porque conocen muy bien el problema, porque lo tienen en casa. Cuando un Estado no integra a todas las personas por igual y separa religiones y colores, está generando racismo y exclusión social. Cuando estas personas viven o malviven en guetos, separadas del resto de la sociedad, está generando exclusión social. Cuando las políticas neoliberales impiden unas condiciones de vida dignas y los jóvenes no tienen salida, se está generando exclusión social. Y saben muy bien que en países como Francia, Bélgica, Alemania, Reino Unido y, en menor medida España, viven inmigrantes de mayoría musulmana, marginados, donde se están creando células yihadistas que reclutan a través de las redes sociales, a mujeres y hombres dispuestos a viajar a Siria, Yemen o Irak para entrenarse y luchar desde el Estado Islámico, contra el infiel Occidente que les margina y al que consideran enemigo.
Estos países se enfrentan a problemas de graves consecuencias, por organizaciones fanáticas de ideas islamistas ancladas en el siglo XIII, pero que se mueven con las tecnologías del siglo XXI. Por ello, debido a su enjundia, la respuesta no puede ser más policías en las calles ni más bombardeos a países desolados por la miseria.
Por lo que se deduce que es temerario dejar la política a los políticos, porque vendidos al capital, sus decisiones producen pobreza y marginación, y sabemos que no buscarán el bienestar general, porque no les resulta rentable.
Puri Eisman
Secretaria Comunicación CGT-PV