Vislumbraba brillante la idea romántica y prometedora que suponía la unión de las culturas de los pueblos de Europa, es decir, la UE. José Mújica, expresidente de Uruguay, dijo en una ocasión que Europa tenía la grandeza de haber sido pero no fue. Porque esta unión, que no surgió del amor, sino del más puro interés económico, no era ni más ni menos que un ambicioso proyecto buscado en el tiempo por los neoliberales, cuyo objetivo a cumplir, a corto y medio plazo, prometía un recorrido bastante duro.
Si hubo algún atisbo de duda soñadora, ésta quedó disipada cuando comenzaron las privatizaciones en la década de los noventa. Supimos de su maldad porque empresas públicas, estratégicas y arraigadas a las vidas de las personas por el servicio que brindaban y la calidad del empleo que ofrecían, pasaban a manos privadas. Las directrices marcadas por la UE para los Estados miembros eran muy claras, porque una nueva normativa europea regiría los designios económicos bajo una doctrina neoliberal.
Doctrina que ha llevado consigo pobreza y mucho sufrimiento. La destrucción masiva de empleo estable, creación de trabajo precario y condiciones esclavistas, como sello de identidad propio, han sido las claves para permitir y convertir a las grandes compañías, en el símbolo de los pilares indiscutibles de esta nueva economía. Un ejemplo práctico y muy conocido lo tenemos en Telefónica-Movistar.
Cuando en 1996 Aznar entra en el Gobierno, se encuentra en sus manos un gran tesoro a repartir, porque había llegado el momento de privatizar y regalar lo público a sus afines, pues la tarta era demasiado grande. Aznar coloca de presidente de Telefónica a Villalonga, su amigo de pupitre, y éste, sin repajolera idea del sector, ni falta que le hacía, pone patas arriba la compañía. Villalonga, obediente a las órdenes que recibía, empieza externalizando toda actividad de la empresa considerada más rentable, para que otras pequeñas empresas (creadas por ellos mismos para tal fin) fueran las depositarias de este nuevo negocio. Al desaparecer volumen de actividad, justifica la desaparición de puestos de trabajo y, con la inestimable complicidad de CC OO y UGT, imprescindibles para esta operación, ponen en marcha una sucesión de diferentes ERE, despidiendo personal cualificado y estable de una compañía que, pese a ellos, seguía obteniendo suculentos beneficios.
En 1998 la UE pone en marcha la liberación total de las telecomunicaciones para dar paso a la histeria de la competitividad. Telefónica, ya como empresa privada, se vio asaltada por los neoliberales, que como piratas se tiraron directamente a por el botín, abriéndose un amplio mercado de competencia sin límites ni consideración humana.
Amortizado Villalonga, que, como en una mala película, tuvo su final feliz, se despide de Telefónica yéndose a vivir a Hollywood. Dicen que compra la casa de Cary Grant y se va con el objetivo cumplido, es decir, dejando a la compañía hecha unos zorros pero multimillonario. Multimillonario por sus maniobras económicas, en parte por los beneficios obtenidos pillados de las acciones, las famosas stock-options. También por las de Movistar y Telefónica y por sus cualidades de trilero financiero. Pero a este personaje lo dejamos aquí, porque la justicia, que debía haber sido justa, no hizo su trabajo y sus maniobras quedaron solo en sospechas.
Tal fue el despiece de Telefónica que pasó de una plantilla de 77.000 a los 22.000 empleos de la actualidad. Pero su mayor volumen de trabajo y donde le vienen sus beneficios es de las contratas, subcontratas y personal autónomo, aunque más bien –y como dicen ellos mismos– «falso autónomo» porque es personal despedido y sustituido con contratos mercantiles como única forma de trabajo. Lo que les obliga a hacer horas infinitas, en festivos inclusive, para llevarse un salario de unos 700 euros al mes. Estamos hablando de decenas de miles de personas afectadas cuya precariedad les ha llevado a una huelga indefinida que mantienen desde el 28 de marzo, reclamando condiciones laborales dignas y salarios que les permitan vivir.
Esta huelga que nos admira, tiene su base en la conciencia de clase y está siendo todo un ejemplo de autoorganización y apoyo mutuo, porque no solo luchan por unas condiciones dignas, sino que además, su unión, está siendo el mejor de los ejemplos a seguir en tiempos neoliberales y, sin saber su resultado, ya han ganado.
El pasado viernes, en la junta de accionistas, Alierta, de forma despótica, contestaba a una huelguista que si la compañía estuviera en sus manos la habrían arruinado. Este «orgullo del Ibex» que regala súper sueldos a Urdangarines y Zaplanas, tiene además el «honor» de ser una de las más grandes compañías esclavistas del mercado, reparte grandes beneficios para sus accionistas a cambio de repartir grandes miserias a sus trabajadores y trabajadoras, y desconoce que lo más grande que posee es precisamente su plantilla.
Puri Eisman
Secretaria Comunicación CGT-PV