Antonio Pérez Collado, Confederación General del Trabajo País Valencià y Murcia
Noticias preocupantes sobre la plaga racista que se extiende por suelo europeo ya habíamos tenido en Alemania, Francia, Hungría, Polonia o incluso España, pero las imágenes que nos llegan estos días del Reino Unido son de una dureza extrema y repugnante. Hordas de energúmenos enloquecidos asaltando e incendiando hoteles donde residen refugiados extranjeros, robando en las tiendas de musulmanes, parando coches para golpear y apuñalar a los conductores si no son blancos, atacando mezquitas y agrediendo a las comunidades de origen asiático, antillano o africano pero que ya son británicas legalmente, es una muestra de lo ruin que puede llegar a ser el ser humano, capaz por otra parte y en otras situaciones de las más generosas muestras de solidaridad y generosidad para con sus semejantes.
Nadie puede creerse que esa locura puede surgir de la noche a la mañana como respuesta visceral a la agresión múltiple de un adolescente -nacido en Cardiff, Gales- a un grupo de menores (con tres niñas fallecidas, cinco heridas graves y tres leves, además de dos adultos que también resultaron heridos de gravedad al recibir varias puñaladas) en la ciudad inglesa de Southport, cerca de Liverpool.
Lo cierto es que existe un caldo de cultivo que se viene agitando desde hace años y que es de donde se alimentan todos estos incidentes racistas y xenófobos. A ello hay que añadir el papel incendiario que juegan determinados medios y páginas digitales cuya única actividad es difundir mentiras e inventar bulos para provocar respuestas violentas por parte de la panda de insensatos que se desinforman en estas plataformas contrarias a la llegada de refugiados y trabajadores extranjeros.
En el caso que nos ocupa manipularon la poca información que había sobre la identidad del agresor, para hacer creer que se trataba de un musulmán recién acogido por las autoridades británicas. Tras el lanzamiento irresponsable de ese bulo empezaron las agresiones a mezquitas y centros culturales de la numerosa comunidad musulmana en Inglaterra, tal y como tenían previsto que ocurriera los líderes de las organizaciones de extrema derecha.
Pero se equivocan y mucho los racistas ingleses al hacer responsables del empobrecimiento que se vive en antiguas zonas industriales de su país a las personas migrantes, la gran mayoría de ellas procedentes de territorios que fueron colonias del imperio británico. Han sido las políticas conservadoras de los gobiernos del Reino Unido (empezando por el de Margaret Thatcher) las que han impulsado cierres de minas, privatizaciones de servicios públicos y deslocalizaciones de grandes empresas y no la llegada de trabajadores extranjeros, que se viene produciendo desde hace más de un siglo de forma natural como demuestra la plena integración de los descendientes de estas familias en la economía, el deporte, la cultura, la música o incluso la política.
Sentir un orgullo patológico de haber nacido en Inglaterra (o en cualquier otro lugar) y creer que se es un ser superior por tener la piel un poco más clara -circunstancias totalmente ajenas a nuestra voluntad o inteligencia- es la mayor prueba de simpleza que se puede dar entre los homínidos supuestamente más evolucionados.
Afortunadamente los neonazis y racistas son una minoría; muy peligrosa, pero minoría. No son una molesta anécdota, sino un grave problema al que la sociedad debe enfrentarse con decisión. En Inglaterra está produciéndose esa respuesta popular: comunidades de inmigrantes y vecinos de los barrios obreros están protegiendo los centros de acogida de personas refugiadas y expulsando a los agitadores racistas de sus calles.
Mientras las autoridades británicas y sus cuerpos de seguridad siguen sin ofrecer respuestas eficaces o actúan con una tibieza que hace sospechar una cierta complicidad, el pueblo va por delante de los gobiernos de cualquier color y se autorganiza, demostrando que la acción directa sigue siendo la mejor herramienta de lucha colectiva.
La ola de fascismo que se levanta de nuevo en Europa exige una respuesta amplia y solidaria de todos los pueblos del continente en defensa de los derechos humanos, la solidaridad con los que sufren y el intercambio y mestizaje de etnias, ideas y culturas.