¿Va en serio lo de cerrar las nucleares?
La patronal de la energía nuclear, como las del resto de sectores, ha tenido la reacción lógica ante cualquier medida que piensen va a limitar sus beneficios; lo que ocurre es que se han pasado varios pueblos en la manifestación de su cabreo. Anunciar que tras la decisión del gobierno para frenar la subida del precio de la luz podrían cerrar el conjunto de las centrales nucleares en funcionamiento es un farol que no tardarán en matizar y desactivar. Se verán obligados a rebobinar porque el cierre inmediato no es posible ni técnica ni legalmente; requiere de unos plazos y unos permisos que tienen que ser acordados con la Administración.
Tampoco es muy creíble que aleguen abultadas pérdidas como razón para el fin de la actividad productiva cuando no hace tanto solicitaron y consiguieron la aprobación de la prórroga hasta 2030 de la vida útil de los reactores que quedan en marcha y cuyo cierre estaba previsto para 2021/2022. No parece muy sensato mantener casi diez años más un negocio que, según ellos, les está llevando a la ruina.
A pesar de que desde el gobierno progresista se apela constantemente a la empatía y al compromiso con la sociedad de los empresarios, lo cierto es que el capital se mueve exclusivamente en busca de beneficios, y cada año éstos se han de incrementar para que los consejos de administración puedan brindar por lo éxitos, además de cobrar sueldos de escándalo. Que la gente pierda su vivienda, que no gane lo suficiente para vivir o que el cambio climático amenace el futuro de la humanidad son inevitables daños colaterales del sistema.
No ha habido ningún cambio o mejora en las condiciones de los asalariados a los que la patronal no haya respondido con quejas y amenazas. Pero por mucho que anunciaran el caos y la ruina económica, con cierres de fábricas y miles de obreros despedidos, lo cierto es que ni la implantación de la jornada de las 8 horas, ni las subidas salariales, ni el mes de vacaciones, etc. han sido obstáculo para que las grandes empresas sean cada vez más grandes y sus dueños más ricos. Por ejemplo, en 2020 Iberdrola y Endesa, las dos principales eléctricas españolas, obtuvieron unas ganancias de 3.610 millones y 1394 millones, respectivamente.
Volviendo de nuevo al tema de las centrales nucleares hay que reseñar el repentino interés por las mismas que parecen despertar los precios disparados de la energía eléctrica. Muchas voces – más o menos autorizadas – están insinuando que si otros países europeos tienen el recibo de la luz más barato es porque allí apuestan por las centrales nucleares. No explican, por ejemplo, que Francia tiene una empresa pública de energía o que Alemania solo consume un 10% de origen nuclear y tiene previsto cerrar todas sus centrales.
Al respecto de este tema también habría que recordar que la culpa de los altos precios en España la tiene el modelo de mercado energético, donde son las empresas las que imponen condiciones tan curiosas como que sea la energía más cara la que marque los precios del resto de fuentes. Si ahora es el gas, pues pagamos hasta las renovables al precio marcado por el gas; no es de extrañar que se hayan vaciado los pantanos para producir energía más económica y venderla a precio de oro.
Carece de todo rigor la propuesta de paralizar la tendencia al cierre de las nucleares previsto para finales de esta década. Es irracional por muchas razones; una de ellas la económica, porque no es cierto que la nuclear sea la más barata ya que al coste de producción hay que añadir los enormes gastos del tratamiento del combustible, el almacenamiento de residuos, las medidas de seguridad y el coste del sellado de las instalaciones durante cientos de años.
Otras razones no menos importantes son la salud y la seguridad de la población de sus grandes áreas de influencia y de los propios trabajadores de la central. A estas alturas no creemos los ecologistas y el movimiento antinuclear que haga falta detallar los riesgos de graves fugas y explosiones en centrales nucleares como los habidos en Harrisburg, Chernóbil y Fukushima. Y aunque afortunadamente no alcanzaron los niveles de radiactividad de las anteriores, también en nuestro país Garoña, Vandellós, Ascó o Cofrentes nos han dado más de un susto.
Por tanto es su peligrosidad y su gran costo económico lo que aconseja cerrar, lo antes posible, este innecesario modelo de generación eléctrica; hoy la apuesta tienen que ser las energías renovable y el decrecimiento del consumo.
Artículo de opinión de Antonio Pérez Collado
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