Antonio Pérez Collado, CGT País Valencià i Murcia
Hace ya unos días que se recordó el accidente sufrido en 1972 por un avión uruguayo con 45 pasajeros, jugadores de un equipo de rugby que se dirigía a Santiago de Chile, cuyos 16 supervivientes aguantaron 72 largos días hasta ser rescatados, después de hacer frente al intenso frío y a la escasez de alimentos, carencia que les obligó a tomar la terrible decisión de comerse los cadáveres de sus compañeros fallecidos en el siniestro. Dos de los supervivientes consiguieron llegar, después de atravesar durante diez días las nevadas cumbres andinas, hasta un lugar habitado y avisar a las autoridades. Todo el mundo pensaba que habían muerto en su totalidad y ¡Viven! fue la sorprendida respuesta colectiva reflejada en libros, reportajes y hasta películas.
Pero no es de esta tragedia de lo que quería hablar ahora. Me he permitido recupera el título del primer libro sobre aquella muestra de solidaridad y resistencia humanas, publicado en 1974 por Piers Paul Read, y traer a colación otro ejemplo de un colectivo que en estas fechas vuelve a emerger para recordarnos que también viven, aunque en condiciones cada día más precarias.
Me refiero, como casi nadie se imagina, a los pensionistas, una veintena de los cuales culminaba el pasado 15 de octubre en Madrid una marcha a pie que había partido de Alzira dos semanas antes. Pero claro, desbordados como están los grandes medios en su tarea de relatarnos, con todo lujo de detalles, lo que a sus dueños les interesa que pensemos y opinemos, no han tenido tiempo ni espacio para contar que un grupo de personas mayores, algunas con más de 80 años, se van caminando a la capital del estado para exigir pensiones y salarios dignos, sanidad pública universal y servicios sociales de calidad.
Tampoco encuentro los días siguientes referencia alguna sobre la gran manifestación (unas 30.000 personas) que recorrió las calles madrileñas como broche final de esta nueva etapa de la larga lucha por la defensa del sistema público de pensiones. Honrosas excepciones siempre las hay, y sobre la movilización del 15 de octubre también las hubo. Pero la nota general, lo mayoritario en el sector, es que se pasa absolutamente de lo que no entra en las coordenadas de los que deciden qué se dice y con qué orientación se elaboran las noticias.
Todos los recursos disponibles se destinan a contar la guerra de Ucrania desde el bando correcto (el de nuestros gobiernos, claro), a interpelar a laureados economistas para que nos expliquen cómo es posible resistir la subida de los precios sin subir los sueldos y pensiones, a calentar otra precampaña electoral con la batalla entre partidarios de bajar impuestos a los ricos y defensores de cobrarles un poquito más (sin llegar a enfadarlos) y a mantenernos al corriente de los líos amorosos del famoseo o las crisis y éxitos de nuestros equipos favoritos, muy mayoritariamente de fútbol. El resto, las inquietudes y los problemas de la gente trabajadora, parece que no tiene ningún interés para los jefes de redacción de las grandes cadenas del negocio informativo.
Sin embargo, como los supervivientes de La tragedia de los Andes, hay grupos que todavía viven con ilusión sus luchas por un mundo mejor, sindicatos condenados al ostracismo que se enfrentan a los recorte de derechos laborales, profesionales sanitarios y educadores que se empeñan en mantener la calidad de esos sectores públicos, abuelos y abuelas que se plantan en Madrid (o donde haga falta) con sus achaques y sus chalecos a decirle a los que mandan que exigen una pensiones dignas, para ellos y también para sus hijos y nietos. Y es que aunque ya las den por muertas, hay causas justas y gentes luchadoras que viven y vivirán.
Antonio Pérez Collado