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El otoño caliente se desvanece en primavera

El otoño caliente se desvanece en primavera

Antonio Pérez Collado, Confederación General del Trabajo País Valenciano y Murcia

Cuando trabajadores y sindicatos tienen clara la intención de pelear por sus derechos, como viene ocurriendo en Francia durante los últimos meses, las convocatorias de movilizaciones se van sucediendo de forma continuada y en unos plazos relativamente cortos, que normalmente vienen a ser el tiempo imprescindible para organizar y difundir las protestas.

Todo lo contrario ocurre en nuestro país, donde muchos meses antes de que llegue la estación de la vendimia se deja caer la remota posibilidad de que se realice el largas décadas esperado “otoño caliente” en el que la patronal y el gobierno (salvo que sea un gobierno que se reclame progresista) se pueden encontrar de cara con la contenida ira de los agentes sociales.

A finales del siglo pasado esta eterna amenaza llenaba espacios en los medios y hasta despertaba algún entusiasmo en la desclasada clase trabajadora española. Pero superadas esos primeros faroles de las centrales sindicales mayoritarias, esta peculiar versión de la lucha obrera fue cayendo en desuso, hasta el extremo de que muchos años ni tan siquiera se llegó a anunciar la clásica e improbable movilización otoñal.

Recuperando esa olvidada costumbre, este año y como fruto del hábito creado, el fino olfato de algunos analistas había captado en los coloridos mítines sindicales del 1º de Mayo (de CC.OO. y UGT, porque a otros sindicatos ni los ven ni los quieren oír) claras alusiones a un renacido otoño caliente que, por fin, iba a enfrentar a Unai Sordo y Pepe Álvarez con Antonio Garamendi (líder de la temida CEOE) el cual se tomó el anuncio como secuela involuntaria del fervor guerrero de la histórica fecha y se apresuró a insistir en su buena disposición a reanudar el camino del diálogo y la concertación, que tan buenos resultados está dando; sobre todo para los empresarios.

Tal y como sospechábamos todo era parte de una clásica puesta en escena, con la que conseguir el doble objetivo de animar un poco a la concurrencia a estas demostraciones sindicales y arañar a la patronal esas últimas migajas propias de este tipo de acuerdos. Han pasado apenas unos días desde que las banderas y pancartas se plegaron y ya tenemos, a las mismas voces que anunciaban la conflictividad social para el segundo semestre, celebrando ahora que los agentes sociales han alcanzado un acuerdo histórico con la patronal, que significa la paz social y la suspensión del otoño caliente al menos hasta 2026.

Aunque cualquier incremento salarial es mejor que no tenerlo, sobre todo para millones de trabajadores que ya no saben cómo llegar a fin de mes, lo cierto es que el nuevo acuerdo se queda muy lejos de las necesidades de la gran mayoría asalariada. La subida recomendada del 4% para el año en curso y del 3% para 2024 y 2025 no compensa el incremento de los precios ni mucho menos permite recuperar el poder adquisitivo perdido en los últimos años.

La patronal española, que es todo lo ambiciosa e insolidaria que se puede esperar de la clase que se queda con la parte del león en el reparto de la riqueza, no es tonta y no ha dudado en alargar el idilio que vive con el sindicalismo de consenso desde los ya lejanos Pactos de la Moncloa. Por eso, aunque a veces se pongan bordes, su estrategia -en connivencia con los gobiernos de turno- es interesadamente generosa con los aparatos sindicales de marras: exclusividad en la presencia en organismos públicos y medios de comunicación, ventajas en las elecciones sindicales, participación en fondos de pensiones, privilegios en la acción sindical, etc. Y para esos otros sindicatos, que no tragan con todo, ya se sabe: mano dura en los centros de trabajo y silencio mediático.

Antonio Pérez Collado

CGT-PVyM

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