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Que hablen las plazas y callen los escaños del fango

Que hablen las plazas y callen los escaños del fango

Antonio Pérez Collado, Confederación General del Trabajo del País Valencià y Murcia

La corrupción y las traiciones de los grandes partidos socialdemócratas y el auge de la extrema derecha europea (tendencias más vinculadas entre sí de lo que suponemos) dejan un panorama bastante desolador en el paisaje de la izquierda clásica.

Son la precarizada juventud y la errática clase obrera quienes suelen recibir la mayor parte de las culpas por este alarmante retroceso de las libertades y los derechos sociales. Como suele ocurrir casi siempre estas críticas no son del todo justas, pues tanto en el mundo del trabajo asalariado como entre la gente joven siguen dándose numerosos casos de autorganización y luchas que desmentirían la muy extendida opinión de que está todo perdido y que para luchas, las de antes.

La distancia en el tiempo nos suele llevar a considerar nuestras pretéritas pequeñas batallitas por el convenio o la defensa de una cala paradisíaca como auténticas epopeyas de los lejanos y breves años de militancia y compromiso. Pero de aquellas pírricas victorias han pasado muchos años y ahora, la mayoría, disfrutamos de una aceptable pensión pública, de un piso en propiedad o incluso de nuestra campestre segunda residencia. Símbolos evidentes de un estado de bienestar que se desvanece con la generación que vivió el fin de la Dictadura.

Desde esa cómoda posición nos permitimos sermonear a quienes tenemos cerca sobre cómo las jóvenes generaciones están dilapidando los muchos derechos y conquistas que logramos con aquellas movilizaciones de hace medio siglo. Muchos todavía siguen sintiéndose de izquierdas porque airean las banderas rojas en los rutinarios desfiles del 1º de Mayo de UGT – CC.OO. y cada cuatro años acuden emocionados a votar por la democracia, mayoritariamente al PSOE.

Sin embargo, y por mal que nos sepa, fue la gente que ya está jubilada o espera estarlo en los próximos años la que empezó a tragar con las reformas laborales y los recortes de derechos y servicios. ¡Nadie debe olvidar -aunque la memoria empieza a fallar también con los años- los Pactos de la Moncloa, numerosos acuerdos tan nefastos como el ANE, el AMI y demás, el abaratamiento del despido, los contratos basura o la llegada de las ETT, el Pacto de Toledo y las sucesivas reformas de las pensiones!

Lo más fácil y socorrido es responsabilizar de todos los males sufridos o en proyecto a la pérfida derecha y a la explotadora patronal; que es cierto que lo son, pero -para mayor penitencia nuestra- es obligado aceptar que la mayoría de estas agresiones sociales llevaban también la firma de quienes aún dicen ser un partido socialista y de los obreros, así como de sus fieles colaboradores del sindicalismo del consenso permanente. Por tanto, no es razonable que saquemos pecho por nuestro supuestamente glorioso pasado de luchas,  al tiempo que acusamos a la juventud de haberse aburguesado más que nosotros mismos.

Posiblemente tengan razón los jóvenes que, defraudados una y otra vez, han dejado de creer en los viejos partidos políticos de una izquierda descafeinada y en un sindicalismo limitado a salvar los muebles (o sea, los salarios y pensiones) de algunos sectores punteros y grandes empresas dejando al resto, y muy especialmente a los más jóvenes, en la precariedad absoluta.

No se puede confundir esa desafección juvenil respecto a la izquierda clásica con la falta de interés por los problemas actuales de la sociedad. Para dejarlo claro rotundamente ahí tenemos a esos miles de chicos y chicas montando centros sociales y ateneos libertarios, grupos ecológistas, sindicatos de vivienda, plataformas de solidaridad con pueblos oprimidos, colectivos antifascistas y contra el racismo, etc. Las últimas y multitudinarias manifestaciones por la vivienda, en apoyo a Palestina, contra la turistificación, etc. son una clara muestra de esa nueva forma de entender la organización de la lucha contra el capitalismo y el Estado de siempre.

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